Pueblo dominicano:
El inicio de un nuevo
año nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre nuestras vidas a nivel
personal y, sobre todo, en lo que respecta a nuestro futuro como nación.
Es a partir de esa
reflexión que he ponderado algunos temas que considero relevantes para nuestra
patria.
En los últimos meses,
he recorrido palmo a palmo el país. He conversado con la gente, escuchando con atención
sus quejas, temores e inquietudes.
De manera particular,
he recorrido nuestros campos y he sentido de cerca la necesidad de nuestros
productores agrícolas de tener acceso a las nuevas tecnologías, enfatizando en
la investigación, la extensión y la capacitación, para fortalecer la base
alimentaria del pueblo dominicano y exportar para generar divisas.
He visto el enorme
deseo que tiene nuestra gente de progresar, y su compromiso con un mejor
destino. Un destino que, estoy seguro, podemos construir entre todos.
Estoy convencido de
que la mayoría de nuestra población necesita y quiere vivir en un país mejor.
Un país que nos ofrezca
la oportunidad de alcanzar una vida digna en base al trabajo decente y honrado.
Un país donde las
mujeres y los jóvenes reciban el apoyo necesario para desarrollar sus
capacidades en un marco de equidad y respeto.
Un país que cuide a
cada niño o niña con amor y le ofrezca la protección y el apoyo necesario para
el desarrollo de sus potencialidades.
Un país donde los
envejecientes sean protegidos y valorados con gratitud.
Un país donde la
cultura, la recreación y los deportes sean espacios de encuentro, creatividad y
esparcimiento para todos los sectores.
Un país solidario
donde se enfrente la pobreza y la desigualdad, y en el cual se trabaje por el
bienestar de todos.
Un
país donde las personas con cualquier tipo de discapacidad encuentren las
puertas abiertas para su inclusión a la vida productiva y social.
Un país donde el
Estado de Derecho, la independencia y rectitud de la Justicia y el respeto a
las instituciones, prevalezcan por encima de los intereses particulares de
quienes detenten el poder.
Un país con
instituciones y autoridades transparentes, que rindan cuenta y combatan la
impunidad, sin dejar de sancionar todo tipo de corrupción.
Un país donde el
crecimiento económico y la creación de riquezas vayan junto al desarrollo
humano, la equidad y el bienestar social.
Un país donde los
sectores productivos reciban el apoyo que necesitan para ser competitivos y
crear empleos, a fin de que nuestros jóvenes y mujeres tengan la oportunidad de
obtener un trabajo digno y decente.
Un país donde los
ciudadanos se sientan seguros y protegidos de la amenaza que causan la
delincuencia y el crimen.
Un país donde la gente
no sea golpeada constantemente por el incremento del costo de la vida.
Un país donde
tengamos la cobertura de los servicios de salud necesarios para que una
enfermedad catastrófica no se convierta en una sentencia de muerte,
especialmente para las familias de escasos recursos.
Un país donde se
garantice la continuación de los esfuerzos que se han hecho para impulsar la
educación, enfatizando, a partir de ahora, la educación para el trabajo, la
educación para el desarrollo de la nación y satisfacer la demanda de recursos
humanos que tienen los sectores productivos.
Un país que recupere
su prestigio en el escenario internacional, mediante la eficiencia de su
función diplomática y consular, sin dispendio ni favoritismo.
El diálogo con la
gente me ha convencido de que la sociedad dominicana quiere que el gobierno que
conduzca la nación a partir de agosto del año 2016, esté en manos responsables,
honestas y solidarias que enfrenten con determinación los problemas
estructurales del país.
En ese diálogo, también
he percibido el temor de que en el año 2016 nuestro país vuelva a caer en las mismas
manos de quienes lo saquearon en beneficio propio.
Fueron precisamente
esas manos arrogantes e indolentes, distanciadas de los valores y principios
morales que nos legaron los fundadores de la dominicanidad, las que abrieron la
compuerta a la corrupción que hoy nos arropa y desangra como sociedad.
Esas mismas manos
turbias fueron las que, irresponsablemente, privatizaron las empresas públicas.
Al cerrar esas
empresas, que generaban miles de empleos, no sólo dieron una bofetada a la
dignidad nacional, sino que también aumentaron la pobreza y dejaron
desamparadas a miles de familias. Los justos reclamos de los trabajadores de
los ingenios azucareros, son un dedo acusador contra ese crimen de lesa patria.
Una consecuencia irritante
de esa negación de valores es el surgimiento de una casta de funcionarios,
quienes no pueden explicar el origen de la fortuna que exhiben de manera desvergonzada
y altanera.
Para impedir que esos
corruptos ilustrados retomen el poder, debemos aprovechar la oportunidad que
nos brindan las próximas elecciones.
Señoras y señores:
Nosotros, que amamos esta
tierra, tenemos el deber imperativo de unirnos, para construir una nación donde
nuestra gente viva mejor.
Para erradicar la delincuencia,
la corrupción y la pobreza tenemos que ganar las elecciones del año 2016, a
nivel presidencial, congresual y municipal.
Para eso es necesario
articular una mayoría con la participación de los sectores políticos,
empresariales, religiosos, sociales, sindicales y populares, así como la de los
ciudadanos independientes, comprometidos con el bienestar nacional.
La unidad de todos
los sectores del país es necesaria y urgente. No se trata de un desafío de una
candidatura presidencial, ni de un problema exclusivo de un partido político.
Por eso, hago un
llamado a la sociedad, a los partidos políticos, a los empresarios y
profesionales, a ponernos de acuerdo para sacar al país de la encrucijada a la
que ha sido llevado.
Debemos integrar una
boleta electoral que reserve un lugar especial a los mejores hombres, mujeres y
jóvenes, representativos de esos sectores.
Estoy seguro de que
así vamos a ganar la Presidencia de la República, la mayoría en el Congreso y
la mayoría de las alcaldías municipales.
Señoras y señores:
El país sufre una
grave crisis moral.
Parecería que mucha
gente ha llegado a la conclusión de que hacer las cosas bien no tiene méritos,
que no vale la pena para nada.
La corrupción no
muestra límites.
Jamás en nuestra
historia la corrupción alcanzó un nivel de impunidad tan alto.
Eso constituye una
seria amenaza para nuestra democracia y para la paz social.
Nuestras
instituciones están secuestradas.
El control que tiene
un sector del PLD sobre los poderes públicos, desconoce el sentido de
pluralidad y equilibrio que debe caracterizar una genuina democracia.
En ese escenario, tengo
el deber de aportar lo mejor de mí, poner toda mi capacidad de trabajo y mi
experiencia, para contribuir, con la firmeza y decisión que me caracterizan, a poner
en práctica una agenda consensuada que haga realidad el país que la gente
quiere.
Una agenda inspirada
en los ideales de justicia y patriotismo del fundador de la República, Juan Pablo
Duarte, cuyo natalicio conmemoramos este 26 de enero.
Al igual que Duarte,
estoy convencido de que los municipios son la unidad territorial desde la cual
se debe gestar el desarrollo integral del país.
He propugnado y lo seguiré
haciendo, por la descentralización administrativa mediante el fortalecimiento
de los gobiernos municipales y la distribución equitativa de la inversión
pública para que los beneficios del desarrollo alcance a todas las provincias.
Comprometido con la
tarea de hacer un gobierno con todos y para todos, quiero anunciar con claridad,
que participaré en la convención para elegir el candidato a la Presidencia de
la República por el Partido Revolucionario Moderno.
Como es mi costumbre,
estaré siempre apegado a la búsqueda de la unidad, al respeto de los principios
democráticos y al espíritu de compañerismo.
Defenderé el derecho
a elegir y ser elegido que tienen todos los compañeros y compañeras a
participar en una convención libre y democrática.
La situación del país
es, sin lugar a dudas, demasiado grave para cruzarme de brazos.
En lo más íntimo de
mi ser tengo arraigado el deseo de dejar un legado a mi país, del cual mi
familia y mis conciudadanos puedan sentirse orgullosos, hoy y en el futuro.
Dominicanos y
dominicanas: ratifico ante ustedes mi fe, mi optimismo, mi creencia profunda en
el país, y mi compromiso con la búsqueda del bien común que nos legaron
nuestros líderes ya idos.
Ahí está la fuente de
nuestra inspiración, sin distinción de partidos o de colores políticos, para hacer
que la sociedad se levante, airosa y llena de fe en el porvenir.
Que Dios nos bendiga
e ilumine a todos y a todas.
Muchas gracias.
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