Señor Sandy Filpo
Presidente Asociación Comerciantes e Industriales de Santiago
Señor Ramón Ventura Camejo,
Ministro de Administración Pública
Señor Félix García
Tesorero ACIS
Señor Luis Caraballo,
Primer Vicepresidente ACIS
Señor Carlos G. Núñez,
Segundo Vicepresidente ACIS
Señor Fernando Capellán,
Presidente Asociación para el Desarrollo APEDI
Señor Miky Lama
Presidente Corporación de Zona Franca Santiago
Señor José Camacho,
Coordinador del Premio a la Excelencia Empresarial ACIS
Señor José O. Pérez,
Secretario de la ACIS
Señor Luis Liriano
Vice-secretario de la ACIS
Distinguidos invitados
Señoras y Señores:
Agradezco a la Asociación de Comerciantes e Industriales de Santiago
(ACIS), especialmente a su Presidente Sandy Filpo, la invitación a participar
en esta séptima entrega del Premio a la Excelencia Empresarial 2016, acto donde
se reconoce a un selecto grupo de empresarios de Santiago.
Antes de referirme formalmente al tema que nos convoca hoy, quiero
expresar mi solidaridad con las miles de personas perjudicadas por las lluvias
e inundaciones ocurridas en varias localidades del país, especialmente en la
región norte, incluyendo esta provincia de Santiago. Me identifico, de manera
particular, con los productores agropecuarios que sufren las consecuencias de
este desbordamiento de la naturaleza.
Deseo que, con la ayuda de Dios, el apoyo de las autoridades, la
solidaridad de las instituciones privadas, así como la determinación y
capacidad de trabajo de nuestros productores, podamos superar esta situación a
la mayor brevedad.
Ahora compartiré con ustedes mi visión sobre las oportunidades y los
desafíos que tiene la agroindustria en nuestro país.
La relación con la agroindustria dominicana ha sido una constante
durante toda mi vida, comenzando en mi hogar campesino de Gurabo. Puedo decir
con satisfacción que pertenezco al mundo rural, el cual ha hecho y continúa
haciendo grandes aportes al desarrollo del país.
Hablar de la agroindustria es referirnos a la capacidad que se tiene de
agregar valor a los bienes de origen agropecuario, ya sea a través de la
transformación en nuevos productos, como, mediante la conservación y el manejo post-cosecha,
que permite que la producción de un período se pueda consumir en otra
temporada.
Son también parte de la agroindustria, los sistemas de embalaje y
empaque que realzan la presentación de los productos y brindan protección
durante el traslado, contribuyendo a asegurar el acceso de la población a los
bienes de consumo.
El mercadeo y el transporte son componentes vitales de todo sistema
agroindustrial. Ambos procesos hacen posible que, por alejada que se encuentre
la producción de un determinado rubro, el mismo pueda ser consumido en
cualquier lugar del mundo.
La industrialización de los productos agropecuarios ha significado un
gran salto en la seguridad alimentaria de la humanidad. En efecto, ya no es
necesario vivir al lado de la fuente de alimentos, ni tampoco que toda la
población se dedique a producirlos.
Gracias al desarrollo de las nuevas tecnologías, la capacitación y la
investigación en el mundo de la agroindustria, la humanidad disfruta de una
diversidad de bienes y una capacidad de consumo imposible de imaginar siglos
atrás.
Los cambios tecnológicos, la investigación y la extensión agrícola,
han jugado un papel determinante en la diversificación y en el aumento de la
producción de alimentos.
En efecto, se prevé que el 90 por ciento de los incrementos en
producción en los próximos años serán fruto de la aplicación de nuevos
conocimientos y sólo el restante 10 por ciento será el resultado de la
ampliación de las áreas cultivadas.
A lo largo de nuestra historia, la producción agropecuaria se ha
mantenido como la principal fuente de materia prima para el desarrollo
industrial dominicano.
Permítanme dar una mirada histórica a este proceso.
Es bien sabido que la fabricación de casabe, por parte de nuestros
aborígenes, constituyó el primer proceso agroindustrial que tuvo lugar en esta
isla, desde antes de 1492. De hecho, los conquistadores españoles lo acopiaron
para sus largas travesías, en ausencia de la harina de cereales para producir
el pan.
Otro cultivo propio de nuestros primeros pobladores es el tabaco. Sin
lugar a dudas, el tabaco es el cultivo más emblemático de la transformación
económica y de la construcción de la identidad cibaeña.
A ese respecto, en su defensa del tabaco hecha hace más de un siglo, un
hijo de Santiago, Pedro Francisco Bonó, nuestro primer sociólogo, dijo, cito:
“El cultivo, cosecha y venta del cacao es exclusivo. El estanciero
nuestro y tres o cuatro peones bastan al cacao; mientras que en el tabaco con
todos los trabajadores en acción, todos ganando, todos produciendo y
consumiendo víveres nacionales y por tanto vivificando a la sociedad. Si fuese
dable calificar a ambos productos, diría que el cacao es oligarca, y que el
tabaco es demócrata”, termina la cita.
En este recuento histórico, siguiendo la ruta del tabaco, cabe destacar
el extraordinario avance tecnológico que significó la construcción del
ferrocarril durante el mandato de Ulises Heureaux (Lilís).
Tanto la línea ferroviaria Sánchez-La Vega, como la que unía a Santiago
y a Puerto Plata, sirvieron para que las exportaciones dominicanas aumentaran.
Sabemos que el tren unía la parcela del agricultor con los principales puertos
y éstos con los consumidores de otros países. Sin embargo, ese comercio era
principalmente de bienes agropecuarios primarios, tales como cacao, café,
tabaco, cera, miel y madera, incluyendo la del campeche, usada para producir el
añil.
Es decir, la construcción del ferrocarril contribuyó enormemente a
impulsar el comercio dominicano con el exterior y sentó las bases del futuro
desarrollo de nuestra agroindustria.
La operación del ferrocarril en el Cibao contribuyó a la dinamización de
la economía regional en el Norte, en gran medida porque el tabaco representaba
el sesenta por ciento de lo que circulaba a través de esa red. El ferrocarril
hacía paradas en numerosos lugares para recoger el tabaco de cientos de
productores, activando así el comercio.
En la región Este, durante ese mismo período, surgió otra agroindustria
vital en el desarrollo de nuestro país. Me refiero a la industrialización de la
caña de azúcar y el establecimiento de modernos ingenios.
La industria azucarera se consolidó a partir de la intervención
norteamericana de 1916. Desde ese momento, hasta hace pocos años, la industria
de la caña de azúcar fue el motor principal de nuestra economía.
Sin embargo, mientras la agroindustria tabaquera en el Cibao consolidó
la economía del pequeño propietario, la industria azucarera en el Este erosionó
seriamente a los pequeños productores, muchos de los cuales perdieron sus
predios y fueron convertidos en obreros.
La agroindustria dominicana recibió un impulso definitivo durante el
período 1930-1961. Esta afirmación, lejos de pretender ensalzar la dictadura de
Rafael Leónidas Trujillo, es un reconocimiento a hechos innegables.
Un ejemplo de ese impulso lo constituye la expansión de la red de
ingenios azucareros, así como el incremento de las áreas cultivadas de arroz,
junto a la capacidad de molienda.
Por otro lado, en este mismo período, el cultivo y la exportación de
guineos se dinamizaron con el establecimiento de la “Grenada Company” en
Montecristi y la “Dominican Fruit & Steamship Company” (United Fruit), en
Azua.
También se instaló la Chocolatera Industrial, en Puerto Plata.
Igualmente, se establecieron plantas para el procesamiento del café, la
Compañía Anónima Tabacalera, en Santiago, la Sociedad Industrial Dominicana (La
Manicera), numerosas empresas de procesamiento de maíz, el Consorcio Algodonero
Dominicano y la Fábrica de Aceite Ámbar.
En ese período también se inicia el cultivo comercial del sisal para la
fabricación de sacos y cordelería (FASACO). Igualmente, se empieza a producir
briquetas a partir del bagazo de la caña.
Del mismo modo, en ese tiempo prosperó, tanto la exportación de madera
como la fabricación de muebles de gran calidad.
En cuanto a la industria pecuaria, se instaló el Consejo Administrativo
Matadero Industrial (CAMI) para el procesamiento de carne y la fabricación de
embutidos. Por su parte, los inmigrantes judíos que se establecieron en Sosúa
introdujeron nuevas técnicas para la fabricación de productos lácteos y
cárnicos.
La fabricación industrial de ron, iniciada a mediados del siglo 19,
experimentó un gran auge durante este período, a partir de la producción de
alcoholes. Es oportuno destacar los aportes de familias pioneras de esta
industria, tales como las familias Barceló, Tavares, Jorge, Brugal y Bermúdez,
entre otras.
Los beneficios del desarrollo alcanzado por la agroindustria durante el
régimen de Trujillo, estuvieron principalmente centrados en el interés personal
del caudillo.
Con la desaparición de ese régimen, se inicia una nueva época para la
agroindustria dominicana, en la cual el sector privado comienza a ganar una
posición de principalía.
En ese contexto es que surge, en septiembre de 1961, la Asociación de
Comerciantes e Industriales de Santiago (ACIS), con el objetivo principal de
defender los intereses de los comerciantes e industriales de esta provincia y
contribuir al desarrollo del país. Este objetivo ha venido cumpliéndose
cabalmente en el tiempo.
Así como ocurrió en Santiago, en todo el país, los empresarios
progresistas se unieron e iniciaron demandas de incentivos al gobierno para
impulsar el desarrollo de la industria nacional.
Fruto de esa demanda, el gobierno del Triunvirato, en 1963, dicta la Ley
No. 4 de Protección e Incentivo Industrial.
Sin embargo, el mal uso que se dio al mecanismo de exoneración de
impuestos que contemplaba esta Ley, hizo que la Asociación de Industrias de la
República Dominicana se desligara de su aplicación e iniciara un proceso
dirigido a la modificación de la misma.
La mencionada Ley No. 4 fue sustituida por la Ley No. 299, aprobada en
el 1968 por el gobierno del Doctor Joaquín Balaguer. Esa Ley ofrecía nuevos
incentivos conforme a la cantidad de materia prima local que se usara en los
procesos de producción, así como por su contribución a las exportaciones y al
empleo.
No obstante, los inversionistas, incluyendo los miembros de la ACIS,
consideraron que la Ley 299 no ofrecía suficientes atractivos para la inversión
agroindustrial, y que además, favorecía la concentración de las nuevas
industrias alrededor del polo económico de Santo Domingo.
En ese sentido, se criticó que esa Ley no creara los incentivos
necesarios para promover la agroindustria, puesto que no reconocía los riesgos
implícitos en la agricultura, los requerimientos de mayores capitales, la
necesidad de acceso a nuevas tecnologías y a recursos humanos calificados, así
como redes de distribución más eficientes.
Para responder a esas demandas y necesidades propias de la agricultura y
la descentralización de la inversión agroindustrial, se aprobó, bajo el mandato
del Presidente Don Antonio Guzmán Fernández, la Ley 409 de Fomento, Incentivo y
Protección Agroindustrial.
Bajo el amparo de esta Ley se instalaron empresas como INDUSPALMA,
dedicadas a la producción de aceite de palma africana. Es propicia la ocasión
para rendir homenaje a uno de los líderes del desarrollo de la agroindustria
dominicana, el visionario surgido de las entrañas del Cibao: nuestro querido
Don Luis Crouch Bogaert.
Digo con satisfacción que, en mi calidad de Secretario de Estado de
Agricultura, en ese período, tomé la decisión de crear el Departamento de
Agroindustria de esa dependencia. Fruto de esta iniciativa se crearon decenas
de agroindustrias en manos de pequeños y medianos productores en todo el país.
En este recuento histórico debemos destacar el apoyo dado a la industria
por el Fondo de Inversión para el Desarrollo Económico (FIDE), ya que durante
años fue la principal ventanilla de financiamiento para la empresa
agroindustrial.
El conjunto de iniciativas y Leyes de incentivo a la agroindustria que
acabamos de ver ha contribuido a crear un dinámico sector agroindustrial, que
aunque muestra importantes avances, aún requiere de otras iniciativas para su
consolidación como un instrumento esencial para el desarrollo integral de la
República Dominicana.
El sector agroindustrial dominicano se sustenta hoy, principalmente, en
la producción de azúcar, ron, alcohol y furfural, a partir de la caña; el
procesamiento del café y el cacao; la molinería de arroz; y la industria del
tabaco que produce cigarrillos, cigarros y andullos.
La industria de alimentos enlatados, aunque ha perdido importancia en la
medida que la refrigeración ha ganado terreno, sigue siendo relevante.
El procesamiento del tomate, granos como el guandul y frijol, frutas
como el coco, la piña, lechoza y la guayaba, constituyen importantes renglones
de la rama de enlatados en la agroindustria local.
Entre las empresas dedicadas al enlatado de alimentos tenemos a LINDA,
GOYA, INDUBAN, JAJÁ, RICA, VICTORINA y la FAMOSA.
Una muestra del rol destacado del Cibao en este sector lo constituyen
las empresas Barceló Industrial, Industrias Portela, Conservas Dominicanas y
BALDOM. La calidad de sus productos les permite competir con los bienes
importados.
Es importante resaltar el soporte que significó para estas empresas, pioneras
en el enlatado de granos, frutas y vegetales, el establecimiento de la fábrica
de latas Envases Antillanos.
El país tiene, además, una pujante industria cárnica, basada en la
crianza bobina, porcina y aviar, localizada principalmente en esta región del
Cibao Central.
Sin embargo, la masiva importación de “MDM y Trimmings” – Carne
Mecánicamente Deshuesada - constituye una competencia desleal que perjudica a
los criadores locales. Esa importación, que viene principalmente de los Estados
Unidos, es usada aquí para la fabricación de salchichón y otros embutidos, en
lugar de la carne de cerdo producida localmente.
Como muestra de esta realidad, en el año 2015, el país importó alrededor
de 45 millones de libras de carne de cerdo y nueve millones de libras de
“Trimmings”. La importación de “MDM” superó los 65 millones de libras.
Me sumo a las voces que demandan a las autoridades competentes tomar
medidas para impedir que estas importaciones se conviertan en una competencia
desleal con nuestros productores.
Por otra parte, el país tiene una creciente industria de quesos. Ahora
hace falta apoyar a esa industria con tecnología, financiamiento y acceso a
nuevos mercados, de manera que pueda ser competitiva.
Al hablar de agroindustria desde Santiago de los Caballeros, no podemos
dejar de mencionar el curtido de cueros, especialmente la tenería Bermúdez,
cuya existencia data de mediados del siglo diecinueve, y la Industria Bojos con
más de 70 años.
El aporte realizado por el sector agroindustrial al país, ha estado
amenazado recientemente por la toma de decisiones incorrectas desde el
gobierno.
En efecto, durante los gobiernos del PLD, el sector agro empresarial ha
sufrido los efectos de políticas públicas que han privilegiado las
importaciones en detrimento de los sectores productivos nacionales.
Una expresión dolorosa de esta agresión a la producción nacional es la
Ley de Capitalización No. 141-97, promovida y ejecutada por el presidente
Leonel Fernández.
La industria cañera fue la agroindustria más perjudicada por esa
indolente iniciativa. Un resultado de ese desacierto es el aumento de la
pobreza, debido a la desaparición del empleo y las oportunidades que antes
existían alrededor de esa industria.
El cierre definitivo de casi todos los ingenios azucareros estatales ha
contribuido a profundizar la desigualdad social, la mala distribución de la
riqueza, y la falta de acceso a oportunidades de desarrollo humano.
Para nosotros, la recuperación de la industria cañera significa aprovechar
nuestra capacidad de producir riquezas a partir de una materia prima que
podemos producir eficientemente. Celebramos las iniciativas que han tomado
varias empresas nacionales, para modernizar esta industria.
Amigos todos:
Resulta innegable que la economía dominicana ha venido creciendo en los
últimos cincuenta años. Sin embargo, ese crecimiento ha sido incapaz de reducir
la pobreza y la desigualdad social.
Debemos preguntar: ¿Qué puede aportar la agroindustria para contribuir a
conciliar la generación de riquezas con la creación de bienestar para nuestra
gente?
Yo respondo a esta pregunta diciendo que estoy convencido de que el país
tiene que volver a sus raíces en el campo, como una condición necesaria para
promover nuestro desarrollo integral.
En ese trayecto hacia el desarrollo integral, regresar al campo de la
mano de la agroindustria es una garantía de éxito.
Es pertinente decir que un número importante de las grandes familias y
empresas dominicanas tienen su origen en el mundo rural. De hecho, muchas de
las familias acomodadas de hoy gestaron sus riquezas en un vínculo directo con
la producción agropecuaria y forestal.
El desarraigo de nuestro vínculo con la tierra nos impide reconocer que
nuestra vida cotidiana se nutre de lo producido en el campo.
Pensemos, por ejemplo, en los ingredientes de nuestro desayuno, almuerzo
y cena.
Pensemos también en los postres que ingerimos, en el café que tomamos,
en las bebidas que degustamos.
Pensemos en la mesa y la silla en que nos sentamos a disfrutar de esos
alimentos y bebidas.
Y pensemos, por último, en la mecedora donde se sientan a descansar
nuestros mayores.
Consecuentemente, la decisión de retornar al campo significa trabajar
para garantizar la seguridad alimentaria, la prosperidad económica, y el
bienestar para todos.
Y en ese regreso al campo, con un nuevo modelo de desarrollo, centrado
en la gente, la agroindustria constituye la principal garantía de éxito.
En nuestro país, para crear un modelo de desarrollo incluyente, la
agroindustria está llamada a realizar los siguientes aportes:
- Garantizar el acceso
permanente de la población a bienes agropecuarios y alimenticios.
- Generar divisas.
- Crear empleos.
- Mejorar la seguridad
alimentaria del país.
- Aumentar la capacidad de
intercambio comercial interno y externo.
- Crear oportunidades
económicas a los pequeños, medianos y grandes productores.
- Contribuir a la reducción
de la pobreza rural y la desigualdad social.
- Promover el desarrollo
regional equitativo.
Estos aportes del sector agroindustrial se entienden mejor si vemos lo
que ocurre en el mundo con la demanda de bienes agropecuarios.
En efecto, se estima que para los próximos 30 años se duplicará la
demanda actual de bienes agropecuarios. Eso se debe, principalmente, al aumento
de los niveles de ingresos de grandes núcleos poblacionales que pasarán a
consumir más derivados cárnicos y lácteos, así como más frutas y vegetales,
entre otros.
Esas proyecciones son buenas nuevas para naciones como la nuestra, con
gran potencial para la producción de estos rubros. Pero, para aprovechar estas
oportunidades, el país tendrá que mejorar su capacidad de producir competitivamente
bienes agropecuarios con altos niveles de calidad e inocuidad.
En el caso dominicano, esto significa que aumentará la demanda de
bienes agropecuarios en nuestros centros urbanos, donde hay cadenas
impresionantes de supermercados, así como la creciente demanda que generan
nuestros polos turísticos y la expansión de nuestra capacidad exportadora a los
diferentes mercados del mundo.
Por supuesto, mi defensa del rol protagónico de la agroindustria no
excluye a otros sectores de la actividad económica en los cuales el país tiene
grandes oportunidades de crecimiento, tales como el turismo, la informática, la
metalmecánica y la electrónica, entre otros.
Estoy convencido de que, en el contexto del comercio mundial, no basta
que nuestras agroempresas sean competitivas. Es necesario, también, que el país
como un todo, sea competitivo.
En el ranking del Foro Económico Mundial, la República Dominicana ocupa
un lugar muy distante de los países con los cuales aspiramos a competir en el
comercio mundial.
Los factores más críticos para hacer negocios en el país, de acuerdo al
Foro Económico Mundial son:
- La corrupción,
- La tasa de impuestos,
- La baja educación de los
trabajadores,
- La ineficiencia de la
burocracia pública, y
- La falta de
financiamiento.
Estos factores son limitantes importantes a la hora de emprender nuevos
negocios, especialmente para los inversionistas extranjeros.
En ese sentido, los empresarios dominicanos, quienes son los más
afectados por estas irregularidades, han demostrado que un factor importante de
nuestra baja competitividad es la ineficiencia del sistema eléctrico.
Consecuentemente, la solución al problema energético debe ser un
compromiso inaplazable para que la industria dominicana, especialmente la
agroindustria, sea competitiva.
Tal como se ha hecho en países con óptimo desarrollo industrial, en la
República Dominicana es necesario contar con políticas públicas efectivas de
apoyo a la iniciativa privada.
Ese apoyo debe consistir en el mejoramiento de la infraestructura, la
cualificación de recursos humanos, el desarrollo de mercados competitivos y el
otorgamiento de incentivos fiscales.
En fin, de lo que se trata es que el gobierno, en lugar de ser un
obstáculo, sea un aliado del sector privado en la creación de un clima
favorable a los negocios.
No tengo dudas de que la agroindustria dominicana tiene la oportunidad
de acceder a los grandes mercados mundiales, en el marco de los tratados
internacionales que hemos suscrito, tales como el DR-CAFTA, así como los que
nos relacionan con la Unión Europea y el CARICOM.
Permítanme ilustrar con tres ejemplos lo que he planteado sobre los
aportes que puede hacer la agroindustria al desarrollo integral del país.
El primer ejemplo se refiere al cultivo del aguacate.
En efecto, solamente en Elías Piña, San José de Ocoa y San Cristóbal hay
más de 150 mil tareas sembradas de aguacate.
En esas fincas se usa alta tecnología, se crea miles de empleos y se
genera divisas por un monto superior a los 30 millones de dólares al año. La
empresa MACAPI, por ejemplo, lleva ya varios años procesando la pulpa del fruto
para elaborar guacamole, tanto para el consumo interno como para la
exportación.
La agroindustria del aguacate todavía necesita de mucho apoyo por parte
de las autoridades y de mucho esfuerzo por parte de los productores para el
desarrollo pleno de su potencial.
El segundo ejemplo concierne a la agroindustria del tabaco.
El eco del elogio al tabaco hecho por Bonó hace más de un siglo, resuena
hoy con renovado vigor.
Hoy, el tabaco es el cultivo que más contribuye a la distribución de
riquezas y generación de mano de obra, ya que es cultivado, fundamentalmente,
por pequeños productores y su industrialización se hace principalmente a mano.
En efecto, la producción tabaquera constituye la base de nuestra
principal agroindustria de exportación. El país exporta unos 750 millones de
dólares en tabaco, en empresas establecidas principalmente en las zonas francas
del Cibao.
Ese lugar privilegiado que hoy ocupa la agroindustria tabaquera, es el
resultado de un largo y complejo proceso marcado por los siguientes hechos,
entre otros:
- La investigación e
innovación tecnológica
- El aprovechamiento de los
mercados
- La inversión en
infraestructura por el sector privado
- La capacitación de los
recursos humanos
- La consolidación de la
base institucional
Mi tercer y último ejemplo se refiere a lo ocurrido con la agricultura
de invernaderos.
Como muchos saben, el desarrollo de la agricultura de invernaderos en el
país, está vinculado a la decisión que tomé de sembrar flores y vegetales en
Jarabacoa usando ese método de producción. Eso ocurrió en el año 1982.
Contrario a lo que algunos opinaban, esa iniciativa se sustentaba en mi
convicción de que en la agricultura en ambiente controlado se podían alcanzar
altos niveles de productividad y rentabilidad, si se usaban las nuevas
tecnologías, es decir, semillas mejoradas, ferti-irrigación y control
biológico, entre otras innovaciones.
Es un hecho que la productividad de los vegetales cultivados en ambiente
controlado puede alcanzar hasta 12 veces la productividad obtenida en campo
abierto. A este respecto, la FAO reseña que en México se han obtenido hasta 750
quintales de tomate por tarea, en invernadero. Por el contrario, en campo
abierto la producción promedio es de sólo 60 quintales.
En la República Dominicana hay fincas donde se ha obtenido rendimientos
equivalentes a los antes mencionados. Esa alta productividad se debe,
principalmente, al uso de alta tecnología.
La producción en invernadero es una expresión del desarrollo tecnológico
que tiene la agricultura a nivel mundial. Los Estados Unidos con 570 mil
hectáreas de invernaderos, Canadá con 235 mil y México con 25 mil hectáreas son
una muestra de la importancia que se ha dado en estos países a esta forma de
producción.
En el caso de la República Dominicana este desarrollo aun tiene mucho
camino por recorrer. En efecto el país, apenas tiene 500 hectáreas bajo
invernaderos, ubicadas en San José de Ocoa Jarabacoa, Padre Las Casas,
Constanza y San Juan de la Maguana.
San José de Ocoa es el lugar donde está la mayor área dedicada a la
agricultura de invernadero. Allí hay más de dos millones de metros cuadrados
dedicados a la producción bajo invernaderos donde se genera miles de empleos.
Desde Ocoa se exporta una diversidad de vegetales tales como pimientos,
tomates, pepinos, calabacín, berenjena, y chile, con óptimos niveles de
calidad.
Lo ocurrido con la producción de los invernaderos demuestra que nuestra
proximidad geográfica con Norteamérica y El Caribe es una ventaja comparativa
excepcional.
En efecto, el proceso de cosechar, seleccionar, empacar y transportar
vegetales por vía aérea desde nuestro país hasta territorio norteamericano y
caribeño toma apenas horas. Por barco, ese proceso se realiza en un par de
días.
La expansión de la agricultura de invernadero es un aporte tangible a la
lucha contra la pobreza y al freno del éxodo del campo a la ciudad, por cuanto
la misma crea empleos y nuevas oportunidades en la zona rural.
En nuestro territorio hay muchos lugares donde los invernaderos pueden
ser establecidos exitosamente debido a la existencia de condiciones climáticas
apropiadas.
Quiero destacar el hecho de que los invernaderos no requieren de grandes
extensiones de tierra. Aquí, donde el minifundio es una realidad, es posible y
conveniente promover los invernaderos en manos de pequeños propietarios.
Para que este desarrollo sea posible, se requiere de la contribución del
gobierno en cuanto al financiamiento, la asistencia técnica y el mejoramiento
de la infraestructura rural, especialmente los caminos, así como la protección
de las fuentes acuíferas que es una variable fundamental de la producción de
invernaderos.
Igualmente, es responsabilidad del gobierno contribuir a la búsqueda de
mercados para los productos cosechados en los invernaderos. Ese apoyo debe
incluir facilidades para el manejo post cosecha, de manera especial en el
almacenamiento, empacado y transporte, garantizando la cadena de frío hasta los
lugares de destino.
La formación de clusters y cooperativas de pequeños propietarios, puede
hacer más eficiente la comercialización. El vínculo con los polos turísticos y
las grandes cadenas de distribución de alimentos (supermercados) es de vital
importancia para el éxito de esta iniciativa.
Este éxito de los invernaderos no ha alcanzado su pleno potencial debido
al freno que le impuso el PLD con su llegada al gobierno en el año 2004, al
cuestionar la transparencia de esa iniciativa tomada durante nuestra
administración.
Se ha requerido de mucha visión, coraje, emprendimiento, decisión y
solidaridad para recuperar el terreno perdido durante varios años.
Expreso mi reconocimiento a quienes han creído y creen en la agricultura
de invernaderos.
Señoras y señores:
Estoy convencido de que la agroindustria representa una gran oportunidad
para nuestro desarrollo económico y social.
Esa oportunidad tiene que descansar en una alianza del gobierno con el
sector privado, que abarque desde la formulación de políticas públicas
consensuadas hasta la ejecución de proyectos concretos.
Al concluir, quiero insistir en que el éxito de cada uno de esos
proyectos descansa en la productividad, la apertura y consolidación de
mercados, el financiamiento, la tecnología, las políticas fiscales idóneas y en
el mejoramiento de las vías de comunicación e infraestructura para el manejo
post cosecha.
Y todo este sistema de soporte debe descansar, no lo olvidemos ni un
instante, en la capacitación de nuestra gente. Esa es la mejor forma de ser
competitivos en cada empresa agroindustrial. Y de serlo, también, como país.
Muchas gracias.
Hipólito Mejía
Santiago de los Caballeros, R.D.
22 de noviembre, 2016.